El frío y la navidad llegan a la ciudad
Elizabeth Valdez Caro | 00:00 - 12 Diciembre 2014
La ciudad tiene un aire frío que va corriendo por sus calles, despertando el asombro de los culiacanenses, acostumbrados al derroche del calor y del sol. No pueden soportar que exista algo distinto; sería imperdonable, ilógico y fuera de orden.
Pero el frío está ahí, asomándose nostálgico, esperando un feliz arribo. Capas gruesas de polvo y cemento cubren los espacios céntricos, causando toses, espasmos, y recordatorios maternales. En contrario, los árboles de navidad verdes y brillantes, escondidos en los camellones, queriendo confundirse con los realmente naturales, no logran camuflajearse, y es difícil creer que sobrevivan al afán de robo y a la curiosidad de alguien.
¿O son pinos recién llegados de la sierra que arriban convertidos en otra cosa para esconderse de las miradas? Increíbles resultan, entre las plantas ya sembradas y reverdecidas esas presencias ajenas de árboles artificiales, que quieren asemejarse a la naturaleza y que festejan la navidad.
Pero finalmente es la ciudad verde que todos soñamos y queremos, en la que requerimos ver confundido lo natural y lo artificial, todo en una misma confluencia. Que nada nos arrebate la idea de un río que nos baña, de la cadena de naturaleza que nos rodea, y de la serie de árboles que alguna vez tuvimos junto a las riberas.
No es la misma que vieron nuestros abuelos, y en la que se solazaron constantemente, sintiéndola como parte del aire de sus pulmones y de su vida. Pero intenta serlo, y lucha irremediablemente por no ser desgajada, horadada, destruida, en sus plantas, en su vegetación cada vez menos extensa, e intensa.
No todo existe aún, no todo sobrevive. Acaso sólo el polvo, y el lodo sean los mismos, esos que surgen de las entrañas de la tierra, con retroexcavadoras, que quedan reflejados en grandes manchas bajo las “patas” de los puentes.
Elizabeth Valdez Caro